Una luz rota, pinzón herido,
cruza la estancia,
como una sonrisa transeúnte,
calándonos de sal y dicha.
Sobre la mesa palideciendo
cae el tiempo desde tus manos,
y la piel comienza a
inventar los minutos venideros.
La media voz de mis labios
contrasta con la presteza
que dimana del lago fiero de
tus pupilas.
Los claveles de un abril
obsequiado nos delatan
con su aroma incandescente.
La liturgia complementa al
deseo.
Arterias para un latido que
nos va allegando
a la orilla florecida de las
ansias,
y el fuego, amansado, navega
en al agua feraz del gozo.
Instantes que como un lienzo
laureado
se han perpetuado
en el hilo febril de dos
memorias.
©Trini Reina/Agosto 2009
Obra de Edvard Munch
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