La
tristeza le sobrecoge, agarrota sus dedos y enjaula la voz. Su hondura
constriñe alma y neuronas, su holgura entiniebla el papel y solidifica la
tinta.
El
poeta aguarda horas, a veces años, en dotar de
música y palabra al revés que lo
fulminó; a esa vendimia de aguijones que fue su derrota.
Lentamente,
a oscuras, la intensa tristura va madurando, va alejándose del núcleo, va
librándose del polvo y se esponja hasta emerger desde la silente bodega del
poeta.
Cuando
se halla en el eje de la angustia, ensombrecido por sus tinieblas, oscurecido,
el poeta es marioneta inútil para el verbo. Labriego incapaz de sembrar letras,
de ensamblar palabras, de acoyuntar verbos hasta enracimar un poema que ofrende
luz y candor al dolor que, carne adentro, sangre adentro, padeció.
Trini
Reina/Abril 2017
Obra de Christopher Thompson.
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