a
medio pulso.
La
timidez:
desalojada.
El
teléfono:
tan
alto como tú
(y
yo,
tan
atarantada,
como
el reloj tonante
donde
indagabas).
El
velador:
acero
y distancia.
De
mirarse,
se
quemaban las miradas.
Dos
cafés
y
una nube fragante
velando
las ansias.
Interrogaciones
por
sombrero,
y
el temor,
-cuervo
varado-
sobrevolando
la jugada.
Al
norte:
el
redoble de la duda.
Al
sur:
las
llamas soterradas.
Palabras
divididas,
pisándose,
cayendo,
rompiendo
estatuas.
Y
el tiempo cabrioleando,
con
pies de prisa y arrogancia.
Y
en la sombra,
en
la sombra,
la
renuncia floreciendo.
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