Tiene
recta alzada y breve rabo atizador. En
sus ojos, carbón insondable, anida la
ternura. Suave, como almohada de tinieblas, su fiereza nunca colmó dedal. El mapa de su pelaje es tan grato de
acariciar que a menudo los niños del barrio lo atormentan a cosquillas, y él,
ladrando, gozosamente ladrando, se disuelve de alegría.
Cuando
su cánido saber le indica que me venció el hierro del silencio, de un brinco
posa sus patas en mi talle, y yo, en sus orejas, que de tan erguidas rompen las
curvas del aire, musito pesares que a mi alma inquietan. Entonces, Tizón, frotando la escarcha de su hocico en la laguna de mi
regazo, a contra cauce, me arranca una
sonrisa confortante.
©Trini Reina/octubre 2010
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