En mi cuerpo la tristeza arde como
frente enfebrecida. Avanza la noche sembrando estrellas que en mis ojos no
brillan.
Llevo al invierno ceñido a la
garganta y al estío clavado en las pupilas. Nunca en mi pecho ocupó tanto
espacio la melancolía.
Enmudecido el aire, acompaña mis
horas grises. Antes me coronaron otros silencios, mas no tan hondos ni tan
nocivos. Toda mi piel tiembla de soledades y no existe tacto que la consuele,
ni leves palabras de dulce abrigo.
Esta noche de nuevo mostrará sus
garras la vigilia, convirtiendo los minutos en eternas pesadillas. Hasta que al
alba cante el gallo y huyan los fantasmas, temerosos del tributo de esperanzas
que aporte el día.
©Trini Reina/2005
Obra deWilliam Oxer
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