25 de noviembre de 2017

A una mujer anónima

 
El acero domina las líneas, bóveda y suelo crujen de asepsia y en las esquinas bosteza el último dragón con que soñaste.

Pesa el silencio que te amortaja. Como a plomo desciende sobre este espacio la ceniza que te reclama. Nadie vino a interrogar por tu destino y sólo el aire conoce las letras de tu nombre. El frío es la cuna que acoge la póstuma gota de tu sangre ultrajada. Tan olvidada eres en  tu cadáver como  ignorada fuiste por la fraternidad que pregonan los falsarios.

Implacables fueron los jóvenes años que se te concedieron. Nunca transitaste a piel completa la alegría. Posiblemente, allá en tu ancha tierra, algún instante la vivieras, pero tan lejos quedó en el ayer que acaso creyeras que lo conjeturaste.

Y se paró tu tránsito, cuando ya la noche se rompía, en esa tarde adversa de jueves, bajo  los rótulos de una ciudad tan hermosa como, para ti, ajena.
*
Duele  este abandono que te parte y reflexiono sobre la  armonía de la que tal vez ahora goces, ya sin el contra respiro que la vida te brindó.
©Trini Reina

Enero 2011

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