Al fin, arribó el amor, aquél codiciado amor; el de la
rezagada espera…
Se extinguió la incertidumbre, el prolongado deshojar de
margaritas; la cáustica duda.
La certeza, pañuelo en mano, se hizo visible, llorando
lágrimas dulces.
El corazón encomia su victoria y estrena tembloroso
repique. Y a lo largo y ancho del alma, se extiende, untuosa, una dulce
melancolía…
Destemplados adioses recibe la soledad, ésa perseverante
y leal compañera que, desde ahora, tendrá que inquirir paisajes ajenos donde
erigir su nido…
©Trini Reina
21 de junio de 2006
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.